jueves, 18 de abril de 2013

RS 15 años: Fito Páez con y sin casete

En 1998, en la resaca del éxito abrumador, y mientras reeditaba su personaje público, el rosarino se desnudó y habló sin parar, pero las cintas quedaron perdidas en el asiento trasero de un taxi...; recordá otra entrevista histórica de nuestro especial aniversario

Me acuerdo de que Fito sacudía de vez en cuando su cuello Audrey -una especie de tic rítmico a tono con el de pisar los pedales del piano- y me decía que el asesino de su abuela se parecía a Joe Pesci y lo conocía de la secundaria, que tenía un gato gay (Coco) al que le gustaba oír la "Noche transfigurada" de Schoenberg y dormía en el piano, que en una galería de Los Angeles encontró un dibujo de Rembrandt -un Cristo rodeado por la Corte de los Milagros- y que después de mirarlo a la luz de un fósforo y descubrir el pentimento, se lo regaló a Cecilia Roth, que admiraba a Lawrence de Arabia porque no le había creído al jefe árabe cuando le decía que no se podía tomar la ciudad de Nefud porque así estaba escrito y, como los mismos habitantes de la ciudad lo creían, pusieron los cañones apuntando al mar y Lawrence entró en Nefud y ésa es la manera de hacer un disco cada vez sin creer en lo que está escrito. Entonces yo me derrumbé. Me pareció que estaba ante el peor de los entrevistados, el que ya ha editado de tal forma y precisión su figura pública -incluidos sus instantes de intimidad y delirio, sus asociaciones libres y hasta sus quiebres- que yo me transformaría, a pesar de escribir última, en una versión hembra de James Lipton (Actors Studio) -ese solemne de voz cultivada como la que Tom Wolfe adjudicaba al periodista beige-, una entrevistadora que no quiere saber puesto que ya sabe, enfrentada a un entrevistado que actúa de no actuar y se sabe de memoria su "yo verdadero".

Siempre había pensado que una entrevista es buena porque nada sucede como estaba previsto. Para mí, la mejor es aquella en la que el entrevistado dice algo que no sabía que sabía y es el primero en sorprenderse. El segundo sería el entrevistador. Porque la mejor pregunta es la que no se sabe de dónde nos llega y, recién por lo que provoca, descubrimos que era la pregunta adecuada hecha en el momento adecuado. Y Fito Páez era espontáneo y aunque me sugiriera que había tomado merca o que la resaca lo ponía creativo o cualquier otra ficción de confesión propia del interrogatorio policial o de confesionario que sigue siendo la base de todo reportaje, estaba tan autoeditado y era tan lo contrario del rockero improvisador de exabruptos trash o mitologías barriales analfas que lo imprevisible, al revés de la toma de la ciudad de Nefud, era como si ya estuviera escrito y eso es lo que le pasa a una entrevistadora que se hace la psicoanalista cuando el entrevistado acostumbra pensar sobre quién es, qué hace y por qué lo hace, y sabe que por más confianza o recomendaciones que tenga quien tiene delante, un periodista siempre está tentado de poner en el título una frase dicha al voleo para que trine Facebook y salten los degustadores de incorrección política. Fito ya me había dicho encabronado:

-La entrevista es un espacio muy devaluado, cuando podría ser un género maravilloso. A mí me han pasado cosas terribles. Por ejemplo, decir "me cago en la tragedia argentina". Lo dije en un contexto determinado y apareció como titular. Otra vez hice un concierto porque no tenía cómo pagar mi sala de ensayos. Tampoco tenía manager. Entonces pensé: "Hago un concierto en el Astral, pago la sala y me voy de la Argentina tranquilo". Dije: "Me voy de acá porque acá no puedo laburar". Cosas de una gran ingenuidad. Y salió en todos los suplementos jóvenes. Fue tapa de Página/12. Y no había ninguna idea mesiánica en eso; me iba porque no había laburo. ¡No eran la partida de Sarmiento ni la partida de Borges!

Todavía no había pagado el precio de hacer náuseas por escrito a Mauricio Macri (se me ocurre que lo que perjudica a Fito y lo obliga a dar explicaciones es su tremenda capacidad de síntesis poética).

Después se acordó de que Salinger se había escondido durante años sin que paparazzi alguno le hubiera visto el pelo y sus admiradores tenían que calcular su aspecto por las fotos de juventud y era como si me mentara un modelo más atractivo que Lawrence de Arabia. Y yo le recordé que eso fue hasta que lo fotografiaron viejo y espantadizo junto a una menor que después lo escrachó sin escrúpulos en una autobiografía de esposa de genio afectado de crueldad mental, subgénero feminista de la prensa amarilla. Se lo contaba como si lo estuviera amenazando: "Si no me entregás nada que yo crea que no dijiste antes y que me suene terriblemente nuevo y verdadero, te investigo hasta que te encuentre un delito no excarcelable".

Me fui de su casa de la calle República Arabe Siria con la sensación de que a Enrique Symns le había ido mejor con su entrevista-libro y que yo no había logrado que Fito Páez se abriera como una anémona de mar ante el pez payaso. Me subí al taxi y me distraje. Por previsión había vaciado el grabador que siempre me olvido en algún lado. Tenía los casetes en la mano porque mi cartera era muy chica y estaba hasta el tope: eran de noventa minutos. Páez había hablado y hablado. No podía no haber nada que no diera la sensación de lo imprevisible, del encuentro único que la escritura subrayaría (soñaba) hasta hacerlo irresistible. Bajé del taxi y me metí en un bar del Once a tomarme unos whiskies. Entonces me di cuenta de que me había olvidado los casetes en el taxi. Sudor frío y palpitaciones, deseo de suicidio temporario, llanto histérico con hipo, posterior sesión de análisis bajo el tema del autoboicot, por último oración a San Truman Capote. Yo había aprendido a memorizar una entrevista aunque la estuviera grabando. Pero, por abrir el paraguas, con el pretexto de que la Rolling prescribe el reportaje de horas y casi el concubinato con el entrevistado, me cité con Páez nuevamente en su estudio Circo Beat y, como él debía estar aburrido de mí y yo ya daba todo por perdido, me pareció que todo fue más suelto, juguetón y hasta nos fuimos por las ramas de la literatura y la necrofilia nacionales -nuestro tráfico de cadáveres vip como los de Rosas, Evita y Borges-, temas que poco parecían tener que ver con la música o la tenían tanto como el gato Coco con la "Noche transfigurada" de Schoenberg (¡y eso sí que fue imprevisible, me parece, sólo que porque era muy serio, no me di cuenta!) .

La entrevista con Fito Páez me hizo pensar en mis clichés: estaba dispuesta a creer en las declaraciones que parecían extravagantes o alocadas per se y no en las pensadas y meditadas, como si fueran menos verdaderas. ¿Y si la licenciada Eva Giberti, cuando me dijo que estaba "tratando" a un gorrión psicótico, me hubiera estado mintiendo? ¿Y si cuando Maitena me confesó que le había quitado la pareja a una amiga, lo hubiera planeado de antemano? Si Fito me hubiera dicho que escribió "Ciudad de pobres corazones" luego del asesinato de su abuela ("En esta sucia ciudad/ todo se incendia y se va/ matan a pobres corazones/ matan a pobres corazones/ en esta sucia ciudad."), me hubiera parecido buenísimo, aunque él lo hubiera contado o se lo hubieran adjudicado muchas veces, sólo porque SONABA MÁS FUERTE.

Lo que recuerdo mejor de la entrevista es la certeza de que Fito Páez usa la fama y el dinero para no creerse que es Fito Páez y lanzarse a investigar en zonas desconocidas en que pueda seguir aprendiendo y experimentando, como el cine (la prensa no perdona los cambios de rubro y aunque tolera con paternalismo a las travestis no soporta que Nabokov haya sido un experto en lepidópteros ni que el gordo Porcel haya sido un fino cantante de boleros y se ensañó injustamente con Vidas privadas).

Ahora, attenti pobres corazones de la crítica literaria, a ver si abren el cacumen (como decía el Flaco Spinetta) que Fito Páez va a sacar una novela.

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